«Dice mi mujer que mi gran fallo es que catalogo muy rápido a las personas y eso me penaliza, que las cosas no son así. Por eso quería darle la razón y confesar que suelo equivocarme con frecuencia. Así aparcó en el San Pedro un simpático, solidario, gentil, amable y buen compañero su maravilloso ‘haiga’. Por eso no quería que esto fuera una guindilla, sino más bien una corona de laureles», dice.
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